2009

Mukashi, Mukashi...

en: Sala X - Vol. 3. Universidade de Vigo. VicerreItoría do Campus de Pontevedra.


En Japón, las grullas de papiroflexia reciben el nombre de orizuru, y son consideradas un icono de buena suerte y salud que, con el paso de los años, han pasado a formar parte del imaginario popular nipón.   Cuando el ejército estadounidense lanzó las bombas atómicas que destruyeron Nagasaki e Hiroshima, cientos de miles de personas sufrieron las consecuencias de la radiación. Sadako Sasaki, que contaba dos años de edad en el momento de la explosión, terminó por desarrollar leucemia como consecuencia de la exposición. Su joven amiga Chizuko, rememorando una antigua tradición nipona, le propuso hacer mil grullas de papel para obtener un deseo de los dioses y así poder sanarse. Cuando falleció, Sadako llevaba fabricadas 644 grullas. Desde ese momento, los niños de Japón cuelgan grullas de papel en el Parque de la Paz de la ciudad de Hiroshima y en el museo de la Bomba, en recuerdo de las víctimas. No obstante, y a pesar de lo que pueda parecer, orizuru es tradicionalmente un símbolo de esperanza y no de agravio. Se dice que, cuando alguien quiere que un deseo se cumpla, basta con hacer mil grullas de papel de colores y este se hará realidad, de ahí que en muchos hospitales, enfermos y familiares llenen las habitaciones con miles de grullas de papel. Cuando alguien está convaleciente, suelen llevarle al hospital pequeñas grullas de papel, bajo la creencia colectiva de que con mil orizuru se sanará. El hecho de que sean mil exige un esfuerzo por parte del amigo, la familia o la persona amada, en una suerte de moraleja que proclama que sin esfuerzo no hay recompensa.




Las obras de la serie Origami no pueden entenderse sin el componente procesual que implica su realización, y que difícilmente queda plasmado de un modo evidente en el resultado final. En las secuencias de grullas de papel que se repiten en las piezas de la serie Origami, orizuru se redefine, desde su dimensión transitoria, como una unidad de medida de tiempo. Un gesto que, a base de repetirse constantemente, termina por convertirse en un particular grano de arena, y la secuencia, con el paso de las horas, los días y los meses, en una vara de medir la historia. Orizuru es, en definitiva, un fetiche de ordenación temporal, partícipe de un momento pretérito, no dotado de un carácter animista, sino como testigo perenne de un tiempo anterior y una historia.



José Andrés Santiago

2009